La mañana de mi boda se sentía como un sueño que había tenido toda mi vida. La luz del sol se filtraba a través de las cortinas de encaje de la suite nupcial, danzando sobre la tela color marfil de mi vestido. Mi madre se ocupaba de cada detalle, acomodando mi velo y susurrando palabras de aliento mientras mis damas de honor revoloteaban a mi alrededor, con risas y nervios mezclados en el aire. Mi padre, estoico como siempre, esperaba en el pasillo para acompañarme al altar.
Había una energía palpable que recorría la habitación: una mezcla embriagadora de emoción, ansiedad y alegría. Mi corazón latía con anticipación. Hoy me casaría con Ethan, el hombre que creía mi alma gemela. Habíamos pasado años construyendo una vida juntos, compartiendo secretos, sueños y promesas. Nuestras familias estaban reunidas, los amigos habían viajado desde lejos y cada detalle había sido meticulosamente planeado.
Aun así, bajo mi felicidad, persistía una sutil tensión. Tal vez era la presión de la perfección que acompaña a las bodas, o la conciencia de que ninguna relación está libre de sombras. Ethan y yo habíamos enfrentado desafíos: momentos de duda, pequeñas traiciones, viejas heridas que habíamos trabajado duro por sanar. Nos decíamos a nosotros mismos que éramos más fuertes por ello.
A medida que se acercaba la hora de la ceremonia, mis manos temblaban, no solo por la emoción, sino por un susurro de inquietud que no podía identificar. Me aseguré a mí misma que los nervios previos a la boda eran normales. Pero no tenía forma de saber que, en cuestión de minutos, todo lo que creía sobre Ethan, sobre nuestro amor y futuro, se derrumbaría.
Esta es la historia de lo que ocurrió diez minutos antes de que caminara por el pasillo, cuando un solo mensaje de su ex cambió todo y reveló un secreto que alteraría para siempre el curso de mi vida.